Lo masculino

Me preguntaba hace algunas entradas qué espacio le queda al hombre de hoy para desarrollar su identidad, sobre todo teniendo en cuenta que hay dos modelos bastante marcados y bastante enfrentados como son el del machomán y el del gueylor.

Estos dos extremos los considero desequilibrados precisamente porque han perdido su propio centro al quedarse en la superficialidad, es decir: han perdido la conexión con su ser interno y tratan de encontrar respuestas e identidad en algo externo o en propuestas que les llegan desde fuera, pero eso que llega de fuera no tiene verdadera conexión con su esencia. Al perderse esta conexión  no se escucha al ser interior, no se sintoniza con su frecuencia de vibración y se ignoran sus avisos.

Entonces, ¿qué es lo propio de la energía masculina?, ¿hay alguna pista que podamos darle a un hombre sobre dónde se mueve su energía masculina y por dónde puede empezar a permitir que su ser interno de energía yang se exprese?.

Ven a mí

Ven a mí…  te espero, te canto… la mirada al cielo, la sonrisa hacia adentro…  ven a mí… que mi voz te acune, que mi cuerpo te meza, seas por siempre protegido, mi amor… 

Dedico esta canción a todas las mujeres que esperan ser madres, a las que viven ahora el camino del embarazo, a las que ya parieron y vivieron en algún momento ese lazo indivisible con sus hijos.
 
Está escrita por Ellen Burhum y dedicada a su hijo Leo,  de quien dice ser alma gemela.





En el viejo país del ensueño un ángel buscaba su hogar
y mirando al vacío encontró su destino,
una madre ansiosa junto al mar.

Nueve lunas en su vientre vivió un idilio perfecto de amor
cobijándose en el tiempo, meciéndose en el agua,
esperando el momento sutil.

Ven a mí ...

Ella curiosa por conocerlo y él jugaba solo en su mundo ideal,
protegidos por el cielo, una estrella los guiará.
Y llegando al paraíso terrenal, una luz en sus ojos brilló,
enlazaron sus manos, juntaron su voz,
soñando bajo el cielo azul.

Y su pecho le daba calor, en sus brazos ternura sintió,
conversando con las aves, con las nubes y las flores
descubriendo la vida, reían.

Ven a mí...

En la orilla de algún río o al vaivén incansable de las olas en el mar,
sus latidos al unísono y el viento cantaba su canción.
El otoño su rostro acarició y su estrella jamás se extinguió;
con su lazo eterno no existían las distancias
porque eran dos almas gemelas.

Cada huella impregnada quedó y la tierra de colores floreció;
caminando en la arena con el sol y con la luna
descubriendo la vida, reían.

Son niños, son personas

Hace unos días, cuando entraba en el portal de mi casa con mi hijo mayor, nos encontramos con unas vecinas a las que saludamos. Una de ellas, queriendo hacer una broma, le agarró por la muñeca y tirando de él le dijo “hala, venga, que te vienes a mi casa”. Mi hijo, que tiene cuatro años, lanzó una especie de gruñido-quejido, se revolvió y se soltó de ella. Yo me limité a mirar la escena, a coger la mano del niño que acudió a mí después del episodio, y las dejé pasar delante.

Me pregunto si a la señora que tuvo ese gesto inocente, a la que apenas conocemos (somos muchos vecinos en el edificio), le habría gustado que alguien ajeno a ella le hubiera gastado la misma broma. Supongo que no. Entonces, ¿por qué actuamos así con los niños?

Uniendo otras dudas que me asaltan sobre este tema, también me pregunto por qué solemos contestar por ellos cuando alguien les habla. ¿No te ha pasado alguna vez que le comentas algo a un niño o le preguntas, y al instante está la madre (también el padre, pero sobre todo la madre) respondiendo por él? A mí me ha pasado con niños de siete años, que saben hablar y explicarse sin ningún problema, pero parece que las madres no nos lo creemos, o nos parece que van demasiado lentos hablando o que se explican muy mal y tergiversan la información y hay que hacer rápidamente una traducción simultanea de lo que cuenta el niño. Me incluyo porque alguna vez me sorprendí a mí misma contestando por mi hijo.