En el confinamiento: el poder de la inocencia

Aún recuerdo la inocencia de cuando era niña. Si vuelvo a ella, de su mano pasan a través de  mí sensaciones como la ternura, la curiosidad, la capacidad de asombro o el júbilo. Pero la sensación que más me toca ahora si regreso a ese estado es la de la confianza.

Un día se me partió un lápiz, y le pedí a Dios con todo mi corazón que lo arreglara. El lápiz no se fusionó milagrosamente, pero esa misma tarde llegó a mis manos otro lápiz. Puedo verme con claridad a mí misma de pequeña, con los ojos hacia el cielo y los dedos cruzados. Decidme si eso no es tener fe. Me hace sonreír y preguntarme por qué tantas veces ahora, después de tantos años, no actúo con esa confianza ante los devenires de la vida. ¿Se evaporó la inocencia?

Fue reemplazada por el pragmatismo, la "cruda realidad", el uso del cinismo... había que sobrevivir. Convivieron muchos años conmigo. Se empeñaron en desterrar a esa inocencia, a esa ternura, a aquella confianza casi absoluta. Lo intentaron. No han podido. La inocencia es una cualidad que nace del corazón, y el lugar donde anida el alma es inmortal.

¿Podrá este virus llevarse nuestra inocencia? ¿Podrán los medios de comunicación masiva, los poderes oscuros devastar la confianza en el ser humano, en su capacidad para elevarse por encima de la negritud? ¿Podrá el miedo hundir la creatividad, el ingenio de reinventar nuevas formas de trabajo, de sostenimiento, de cooperación entre los hombres?

No es posible quebrantar nuestra inocencia. No es posible desterrar la confianza ni la fe en la bella Luz que somos. No es posible horadar la creatividad ni aniquilar la divina voluntad que mueve montañas y transforma paradigmas.

Lo consiguieron porque se creyeron capaces de hacerlo. Porque nadie les dijo que era imposible.

Lo conseguiremos. Si confiamos en nuestros dones más bellos, los que proceden del alma, los que nunca nos pudieron arrancar: la ternura, la curiosidad, la capacidad de asombro, la alegría, el sabernos amados y por tanto protegidos... esto es la confianza. Esto es la fe.

Nuestro niño más puro la tuvo. Y nosotros también la tenemos. Abre los brazos y deja que se derrita dulcemente desde tu corazón hacia fuera. Déjate habitar por ese niño. No lo subestimes. Su conexión con lo divino es un hecho. Y después, abre bien los ojos, y deja paso al asombro.