Se ha hablado en este blog
de lo masculino y sobre todo de lo femenino, de la eterna polaridad que se
manifiesta constantemente en este mundo material.
Todo es dual en este plano de existencia, todo tiene su
contrario: luz y oscuridad, masculino y femenino, yin y yang… Y así como la
montaña no puede ser a la vez valle ni el valle puede ser a la vez montaña los
ojos del ser humano tienden a separar sumergiéndose
en este mundo donde lo real según dicen los “despiertos”, no es sino una
ilusión de nuestros sentidos.
Pero entre los polos aparentemente opuestos siempre hay un
punto central, un fiel que equilibra la balanza, ese fiel es el factor
equilibrante.
Un yin, un yang y un centro que los une y equilibra.
Dicen que en el lado izquierdo del cuerpo se manifiesta lo
femenino (regido por el hemisferio cerebral derecho: el creativo, el intuitivo,
el artístico, el emocional) y que en el derecho se manifiesta lo masculino
(regido por el hemisferio izquierdo: el analítico, el lógico, el matemático, el
racional).
Y en el centro del Ser se encuentra ese lugar, esa añoranza
de la inocencia, esa luz inmaculada que nos inunda de paz cuando contemplamos
la sonrisa sincera, la perfección de un día soleado o simplemente el estar a
gusto con nosotros mismos.
El centro del Ser se ilumina con la presencia de nuestro
niño interior, el centro de la balanza es por tanto la inconmensurable belleza
de aquella inocencia primordial que aglutina en sí mismo los contrarios y los
potencia englobándolos en el Gran Misterio con envoltura de bebé.
El niño interior emana paz, emana equilibrio, es el que nos
dice “tranquilos, todo está bien. Aunque no entiendas, todo está bien”.
Es el que te ayuda a decidir cuando tu vida se encuentra en
medio de encrucijadas, porque en él está la Verdad, tu propia Verdad que en
definitiva es la que puede hacerte libre, porque la verdad parcial, la que nos
muestra la mente no es sino un baile de egos entre las neuronas de los dos
hemisferios muy a menudo influidos por la interpretación que la propia mente hace
de las emociones que nos inundan con cada estímulo que percibimos con nuestros
sentidos. Y en ese baile tenemos aciertos y cometemos errores, pero el niño
interior no conoce el error, porque en El está la Verdad, porque su sede es el corazón y en el corazón está el alma del Ser Humano, es la brújula que nos ayuda a
encontrar nuestro camino, es lo que nos inspira y nos lleva de nuevo a nuestro
sendero único e irrepetible, es el equilibrio que nos alienta a seguir entre
los impulsos de nuestro ser, porque no es necesario renunciar a las emociones,
ni a los sentimientos profundos que nos hacen humanos en esta existencia, pero
sí es posible comprenderlos sin perder el norte, manteniendo la paz,
viviéndolos con profundidad y equilibrio que a la larga, es lo que todos
deseamos: la puerta de la felicidad.
Mirad dentro de vosotros al niño que nace dentro, es puro,
es inocente, llega a vosotros en medio de la noche como una luz clara y
brillante que ilumina vuestro ser y os marca el camino, es la esencia de las esencias
que siempre buscamos fuera y que, sin embargo, está en lo profundo, en el
corazón, en el centro de la persona, por encima de credos, mentalidades, por
encima de condicionamientos sociales, de sexos, por encima de luchas y denuedos
simplemente Él Es.
Jorge Montero.
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