La maternidad y la ira

La ira es una emoción intensa que puede surgir cuando una persona interpreta que está en peligro o siendo atacada, o bien vive una situación de frustración al ver que no se cumplen las expectativas u objetivos que tenía puestos en algo o alguien. 

Ahora tomemos esta emoción y asociémosla al recorrido que comenzamos a hacer desde que soy madre por vez primera. Son muchas las mujeres que se preguntan por qué se desata la ira especialmente en la maternidad. Partimos de esta base: cuando doy a luz y comienzo a ser madre, se abre un camino con tanta luz como sombra. ¿La maternidad puede ser maravillosa? Sí. ¿Puede sacar lo mejor de mí? Sí. ¿Me puede brindar verdaderos momentos de amor, asombro y felicidad? También.
Pero en este artículo voy a reflexionar sobre una parte de la sombra que emerge también en esta andadura, de la cual ya esbocé apuntes en los artículos dedicados al puerperio.

Antes de ser madres, teníamos un mundo más o menos estructurado, con unas seguridades y unas rutinas. Cuando el bebé pasa a formar parte real de nuestra vida, nos hace sentir que todo se ha revolucionado, parte de aquellas seguridades con las que contábamos anteriormente desaparecen, nos sentimos vulnerables y nuestra vida comienza a navegar en la inestabilidad. Se activa una alerta, de fondo planea una sensación de peligro.

En ocasiones el llanto del bebé genera una crispación que va más allá de lo mental. No lo soportamos. Bien porque sentimos que está sufriendo, porque nos hace sufrir a nosotras, o ambas. Recordemos que esto suele estar relacionado con mi propio llanto cuando yo era bebé, y que aunque mi mente no lo recuerde, mi memoria celular guarda la huella de ésta y de otras vivencias en el inconsciente. Planea la frustración.

La llegada del bebé también sube a la superficie las grietas o debilidades que existían en mi relación de pareja y en mis relaciones personales más allegadas. Sobrevuela de todo...

En resumidas cuentas, por unas u otras circunstancias, a menudo sucede que la maternidad “se lleva” parte de mi paz. Y esto puede generar una doble dirección:  por un lado culpo a mi hijo de lo que me está sucediendo. Pero como esto es reprobable en una madre, después me culpo a mí por culpar a mi hijo y entro en una espiral. Surge la ira porque me enfado también en una doble dirección. En realidad ese enfado está basado en el miedo a perder mis seguridades. Y como no sé de dónde viene, lo proyecto sin conciencia bien hacia mi hijo, hacia mi pareja, hacia personas allegadas…  o hacia mí misma.

Podemos ir más allá, después de los dos primeros años de mi bebé y en adelante. Cuántas madres somos las que podemos seguir hablando de esos episodios en que “una nube negra me nubla la razón y siento un enfado irracional y destructivo que me arrastra sin poder apenas evitarlo”. ¿Por qué esto sigue sucediendo?
Conforme los hijos crecen, la ira que despiertan en nosotros, ya sea expresada hacia fuera o generada hacia adentro, es una proyección de mi propia frustración. Si a veces nos enfadamos tanto con ellos es porque nos resulta más fácil con nuestros niños dar rienda suelta a esa frustración.  Primero porque por lo general yo no puedo enfadarme del mismo modo con un adulto, está mal visto, o el adulto no me lo va a permitir. El niño sí. Y segundo porque los hijos voltean nuestro mundo de reglas, las rompen, desestructuran nuestros tiempos. Nos ponen maravillosamente a prueba. También nos hacen de espejo continuo porque sobre todo hasta los siete años no tienen conformados sus egos, son personitas muy puras. Me reflejan lo más bello de mí, y también aquello que no quiero o me cuesta reconocer por feo u oscuro. 

¿Cómo proyecto esta emoción que me hace sentir atacada? Las reacciones asociadas a la ira pueden ser explosivas, destructivas, violentas, pero también pueden ser suaves, sutiles, pasivo-agresivas. Es decir, me desahogo hacia afuera atacando o poniéndome en contra de aquel en quien proyecto, o lo guardo hacia dentro y ahí queda, agazapado y creando una energía concreta.
Ahora bien, suele suceder que estos mecanismos son inconscientes, y para desactivarlos es importante reconocerlos sin drama, dándome cuenta de que son resortes humanos que están ahí para mostrarme algo.

Si mantengo la ira y el enfado que genera en un plano superficial, me quedo en un discurso interno basado en lo malo que es el otro o lo terrible que soy yo, lo desagradable de sus acciones y de las mías, etc. Pero esto me impide avanzar. Si observo esos accesos de ira, me paro a escuchar en qué partes del cuerpo la siento, me pregunto de dónde viene... cuál es el motivo real que la produce... entonces voy obteniendo información de mí misma. Y en el autoconocimiento está la llave de la evolución personal.  

No se trata de reprimir la ira o evitarla. Se trata de profundizar en ella, en la necesidad personal no satisfecha que la dispara, porque así soy sincera conmigo misma, soy compasiva porque comprendo sin sanción, y puedo ir recuperando el equilibrio perdido. Entonces, el desahogo agresivo hacia el otro o hacia mí pierde fuerza y pierde sentido.  Encuentro una oportunidad de conexión conmigo misma y con mi recorrido vital, y puedo decidir de manera constructiva cómo gestionar esos accesos para comenzar a sanear aspectos ocultos.

Para llegar a ello necesito en ocasiones dar espacio a ese enfado, canalizarlo de forma que no haga daño a los demás ni a mí misma. Es en ese espacio retirado (que puede ser la habitación de al lado) donde puedo sentir y preguntarme por lo que siento. Tal vez puedo dibujarlo, o escribir, o llorarlo, con intención de liberar. Ayuda a regresar a la calma respirar profundo mientras me acepto y me perdono, traer una frase, una palabra, una imagen o sensación que conecte con mi capacidad de amar y con la paz del corazón.  

Las mujeres, por desarrollarnos mayoritariamente en el Yin o aspecto femenino, vivimos con un potente bagage emocional con el que manejarnos. La maternidad nos sumerge aún más en el "agua" o emocionalidad. Nos hace tan fuertes como vulnerables, es una de las muchas paradojas que se dan cuando tenemos hijos. Hemos de respetar estos estados. Todos hemos de respetarlos, no tachando de histéricas o de locas a las mujeres que los viven, pues las normas sociales ya generan suficiente vergüenza o culpa al respecto. Los hombres también pueden vivir tramos o episodios intensos de ira durante la paternidad. Muchos también darán fe de ello. La vivencia puede ser distinta, porque su energía Yang es mayoritaria, pero  hay hombres que sí conectan intensamente con sus emociones. Los estallidos de ira en los hombres son catalogados de distinto modo, socialmente hablando. Y en muchos, esta emoción se acumula hacia adentro. Sea como fuere, tanto es unos casos como en otros es importante buscar con la pareja o familia momentos de conversación desde la calma para abordar esta vivencia. 

Recordad que normalmente la maternidad no saca hacia fuera nada que no estuviera ya presente antes. Sólo hace de potente amplificador, y hay un "repetidor" de frecuencia muy eficaz que se llama hijo. Qué aventura ¿verdad? Y siempre con sorpresas inesperadas, así que mejor tomarlo con una infusión, un poquito de paciencia, y unas buenas dosis de humor.

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