Son niños, son personas

Hace unos días, cuando entraba en el portal de mi casa con mi hijo mayor, nos encontramos con unas vecinas a las que saludamos. Una de ellas, queriendo hacer una broma, le agarró por la muñeca y tirando de él le dijo “hala, venga, que te vienes a mi casa”. Mi hijo, que tiene cuatro años, lanzó una especie de gruñido-quejido, se revolvió y se soltó de ella. Yo me limité a mirar la escena, a coger la mano del niño que acudió a mí después del episodio, y las dejé pasar delante.

Me pregunto si a la señora que tuvo ese gesto inocente, a la que apenas conocemos (somos muchos vecinos en el edificio), le habría gustado que alguien ajeno a ella le hubiera gastado la misma broma. Supongo que no. Entonces, ¿por qué actuamos así con los niños?

Uniendo otras dudas que me asaltan sobre este tema, también me pregunto por qué solemos contestar por ellos cuando alguien les habla. ¿No te ha pasado alguna vez que le comentas algo a un niño o le preguntas, y al instante está la madre (también el padre, pero sobre todo la madre) respondiendo por él? A mí me ha pasado con niños de siete años, que saben hablar y explicarse sin ningún problema, pero parece que las madres no nos lo creemos, o nos parece que van demasiado lentos hablando o que se explican muy mal y tergiversan la información y hay que hacer rápidamente una traducción simultanea de lo que cuenta el niño. Me incluyo porque alguna vez me sorprendí a mí misma contestando por mi hijo.

Está de nuestra mano el observarles con atención, porque ellos también quieren hablar. A veces se callan porque piensan que otra vez les vamos a corregir, otras por timidez, otras porque no quieren contestar. Y si no contestan a una pregunta, tal vez es porque no quieren. Nosotros a veces tampoco queremos contestar preguntas, pero como tenemos mucha maña y somos adultos hemos aprendido a desviar la conversación o a mentir muy bien. Ellos no saben hacer eso. Así que a veces sencillamente se callan.

Y a veces por callarse, o por otra serie innumerable de cosas, reciben broncas, y es que nos enfadamos mucho con ellos. A veces hay un motivo real, otras no lo hay, pero hemos tenido un mal día y cargamos con ellos. Ahora bien, incluso habiendo un motivo… ¿por qué nos ponemos tan feos? ¿Porque así hicieron con nosotros? ¿Porque si no, no aprenden?

¿Estáis seguros de que si no, no aprenden? ¿A nosotros los adultos nos gusta más aprender las cosas por la fuerza del grito, por imposición, o con amenazas? ¿Es la mejor técnica para que aprendamos? Entonces, ¿por qué va a ser mejor hacerlo así con ellos?

A mí se me escapaba el vocinazo con bastante frecuencia con mis hijos, me ponía hecha una fiera terrorífica en ocasiones. Alguna vez todavía sale la fiera, gracias a Dios cada vez menos. Sin entrar en el “trabajo” que hube de hacer para comprender por qué me ponía así y calmar a la fiera, puedo decir que fui constatando algunas cosas. Entre ellas había una muy clara: por imposición, con amenazas o con gritos solía sacar más resultados negativos que positivos, y los positivos a veces no eran tal cosa. Porque aunque yo conseguía que mi hijo hiciera lo que yo suponía que estaba bien, tal vez él lo hacía finalmente por miedo a mi reacción, o porque pensaba que “haciendo lo que mamá me dice, me quiere más”. 

Constaté también que cuando alguno de mis hijos cogía una rabieta y yo entraba en lucha con ellos, o les repetía en ese momento que lo que querían no podía ser por tal o cual cosa, o perdía los papeles y les daba cuatro voces, tampoco conseguía nada más que verles sufrir a ellos y pasarlo mal yo. Sin embargo cuando dejaba pasar la rabieta, o el enfado, o el llanto, con el mayor cariño posible (tarea difícil la de sostener una rabieta con cariño, lo sé, pero puede hacerse), y a posteriori, con calma, les explicaba lo que no estaba bien, y hablábamos ambos del tema escuchándonos, entonces las cosas cambiaban. Podían estar o no de acuerdo, pero escuchaban. Todos escuchábamos. Y ahí estaba el cambio.

Algunos padres dicen que su hijo “sólo entiende con broncas”. Y probablemente el niño se doblega con broncas, pero porque es lo que le hemos enseñado. Otros padres alegan que “hay que ponerles límites”. Ahhh… el gran tema. Sí, los niños piden límites, piden un marco en el que moverse porque si no, se pierden. Pero ¿les informamos de ellos, se los ponemos, o se los imponemos? De esto mejor escribo en otra entrada para no alargarme más. 

En general, creo que cuando tratamos con nuestros hijos o con niños deberíamos ponernos a su altura, en igualdad de condiciones. Para ellos es mucho más difícil, dañino y veces imposible acomodarse a nuestro ritmo, pero nosotros podemos acomodarnos al suyo bastante más de lo que lo hacemos. Nosotros hemos sido niños… podemos rescatar las sensaciones, empatizar con ellas… Podemos ser sus padres, o sus guías… pero eso no nos da derecho a tratarles con superioridad. Ellos nacieron, vinieron a esta vida para aprender de nosotros, pero también para enseñarnos lecciones valiosas y nuevas. Es una relación de aprendizaje bidireccional.

Los niños son personas, y por ello merecen el mismo respeto que un adulto. Si puedes, cuando te pares a hablar con alguno de ellos, agáchate, o intenta a ponerte a su altura. Te lo agradecerán.

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