La que fui y la que soy

¿Qué puedo decir? La vida se teje con lo que cada uno va teniendo a mano, y con lo que cada uno se atreve a alcanzar yendo un poco más allá. La vida transcurre, y hunde sus raíces en pasados remotos: en el recorrido cósmico que hiciste antes de encarnar en la Tierra, en cómo fue tu aterrizaje cuando llegaste por vez primera a este planeta hace cientos o miles de años, qué viniste a aprender vida tras vida hasta dar con ésta en la que te encuentras.

La vida en la que te encuentras inmerso procede de una sucesión familiar que ha tallado distintos perfiles en ti, procede de experiencias relacionales a lo largo de mucho, mucho tiempo, que no eran más que aprendizajes  que elegiste vivir de antemano, procede del carácter que se forjó en base a todo ello, de las decisiones que fuiste tomando en cada momento. La vida que vives cada día te invita a asomarte desde un poco más de altura, para poder contemplar todo lo que te sucede, piensas y sientes desde la perspectiva del conjunto.  Cada vez que llegas a este mirador sientes que no hay culpables, el drama pierde fuerza, cada uno hizo lo que pudo, cada persona, a menudo sin saberlo, vino para mostrarte algo y para que pudieras comprender el juego de este mundo.

Cuando era pequeña sentí rechazo, injusticia y abandono. Recuerdo también algunos de mis miedos más profundos. Mis protecciones más patentes fueron mostrarme razonablemente débil, utilizar el victimismo y la queja como aliados, y dejar que las personas de alrededor cuidaran de mí.


En ocasiones utilicé mi sensibilidad para dar pena, otras para ser admirada, y cuando fui creciendo conocí la parte que se revelaba para mostrar su lado inflexible y duro, y a la mujer que seducía para obtener reconocimiento, afecto, aceptación y en definitiva, amor.

Cuando tuve pareja estable y me casé, me había enamorado de un hombre maravilloso, y también perfecto para alimentar a esas partes heridas de mí misma: había encontrado un “padre” que me guiara en cada paso que daba, un hombre al que hice responsable de un buen número de temas que eran de mi competencia y otros que lo eran de ambos, un hombre ante el que mostrarme razonablemente débil, ante el cual poder sentir que la dureza y rigidez eran vergonzosas y que era de ley moldearlas.

Más tarde tuve hijos. Y sacaron otras zonas oscuras de mí. Sobre todo ira y enfado, también trajeron de nuevo el rechazo y la injusticia que mi niña guardaba en su interior.

A lo largo de estos años y sin ser del todo consciente de mis heridas y carencias, también fui feliz. Viví el amor de pareja con tranquilidad y agradecimiento, la maternidad me trajo muchas alegrías y me confrontó con una Nuria nueva con sus bellas cualidades y con ese aprendizaje basado en mi propia sombra.  He de decir que durante estos años nunca dejé mi trabajo personal y de crecimiento, tuve personas cercanas que me ayudaron. Sin embargo y cada vez más según avanzaba el tiempo, a veces sentía que sólo vivía una mitad de mí misma. Que detrás de mi zona de confort y protegida por mis propios miedos, detrás de la debilidad, el victimismo, la rigidez o la ira, habitaba una mujer diferente que estaba oculta. Una mujer valiente, amante de la risa y el juego, creativa, responsable de su vida, y poderosa por sentirse capaz de amar incondicionalmente.

En algún punto del camino esa mujer luminosa comenzó a susurrar desde mi corazón, en algún punto del camino mi alma comenzó a contarme que se encontraba encerrada en un cómodo palacio donde no era feliz. Pero no la escuchaba. Empecé a sentir tristeza de fondo, malestar, más tarde se transformó en angustia indefinida, y aún así no podía identificar claramente nada de lo que sucedía.

Hubo un punto de no retorno. Mi cuerpo físico enfermó, y tardó en recuperarse. Me pregunté qué estaba pasando. Pedí ayuda. Las ayudas me dijeron: escucha tu interior, tu Voz. Está ahogada y te pide que la atiendas. Yo tenía mucho miedo de escuchar, sabía lo que me diría. Pero me giré, escuché y vi: me vi semienterrada por mis propias máscaras, viviendo una vida que ya no me llenaba, siendo quien ya realmente no era, me vi forcejeando para salir de una guarida que había creado, con ansias de extender las alas, sabiendo que podía volar. Sentí pánico: si salía de mi zona de confort me arriesgaba a romper y a voltear mi mundo creado, y había muchas implicaciones en ello.

Pero la mujer valiente tocó una tecla. Y fue suficiente para comenzar.

No puedo decir que fuera fácil. No puedo decir que no hubiera heridos, romper mi estructura interna significaba romper patrones relacionales, y había personas muy queridas en la trama. Por eso hablé, me sinceré, y eché a caminar con la esperanza de que pudiera en algún momento retomar mi relación de pareja. A veces me sentí como un elefante en una cacharrería. Intenté no hacer daño. No fue posible.  Tampoco puedo decir que no cometiera errores. Pero por vez primera hubo un atisbo nuevo: comenzar a permitirme cometerlos, reconocer y no culpabilizarme, me permití ser imperfecta. Pedí perdón en lo que sentí, y me perdoné. Toda esta parte fue la más dolorosa del proceso. Desembocó en divorcio, en un proceso de duelo y reconstrucción de vida para todos, para mis tres hijos también. Pero a pesar de todo, del dolor, de la mente diciendo “no vas a poder tú sola” y “te vas a caer”, del desgaste y el agotamiento de los primeros meses, siempre que me detenía a escuchar oía mi Voz interior alta y clara. Y cada vez que me asomaba a mirar, veía a la mujer de la guarida cada vez más libre y más a gusto consigo misma. De fondo sentía paz. Sentía que me recuperaba a mí misma.

Todas las personas que estaban o pasaron por mi vida en este tramo de transición fueron importantes: me confrontaron con mis propios miedos y me rescataron de momentos angustiosos. Fueron fuente de conocimiento personal y bálsamo de paz. Fueron jarro de agua fría, pero también palabra precisa y cálido abrazo.  Me recordaron que nadie es más que nadie, que todos somos maestros en la Vida, que el punto en el que se encuentra cada uno es correcto y ha de ser respetado. A todas ellas les estoy profundamente agradecida: familia, amigos, terapeutas, jefes y compañeros de Yoga, gente que estaba por allí…

Los tramos dolorosos fueron lecciones, las lecciones fueron conquistas personales y semillas plantadas. El arrojo de accionar y dar pasos sin perder de vista mi Voz me otorgó fuerza. Fueron pasando los meses. Continué observando, trayendo conciencia, pidiendo comprensión interior. Y fue sucediendo. Una mujer nueva comenzó a emerger. Me despojé del manto del victimismo y decreté que deseaba tomar responsabilidad absoluta en mi vida. Comencé a comprender que no necesitaba una figura masculina a mi lado para sobrevivir ni ponerme límites, que la energía masculina habitaba en mí y que al igual que la femenina, es sagrada, bella, y rebosa cualidades. Activé esa energía y comencé a hacer cosas que nunca en mis 44 años había hecho. Sentí que salía de la guarida y que el Sol me bañaba con un brillo especial. Fui dialogando con mis miedos, con mis heridas. No los empujé ni luché contra ellos. Ya no. Decidí agradecer su ayuda durante años, honrar el papel que tuvieron, y empezar a amarlos. También fui llevándolos al “patio de butacas”, y les expliqué que de ahora en adelante sería YO quien saldría al escenario, al menos tantas veces como me fuera posible.

Y ¿quién soy yo debajo de esta piel y este cuerpo que me sostiene? Hoy, me re-conozco valiente y valiosa por mí misma, comprendo que no necesito dar pena, ni ser reconocida o admirada para sentirme amada. Que si me siento rechazada en algún momento es porque antes me rechacé a mí misma. Sé que existe en mí el mismo porcentaje de dulzura y compasión por cada gramo de exigencia o rigidez. Yo elijo en cada momento consciente hacia dónde pongo el peso. Y si decido con consciencia, conozco qué es lo que me acerca al Amor. La ira y el enfado, una vez vistos y sanados los lugares de donde proceden, también es más fácil hacerlos pequeños. Llegado un punto, no se trata tanto de minimizar la sombra, se trata de comprenderla, amarla, e ir trasvasando el poder a las zonas luminosas.

Yo soy el Canto de mi corazón, de mi alma conectada con la Creación y la Vida, que guarda memoria de melodías y sonidos de sanación. Yo soy la Danza que expresa Su movimiento. Soy el fuego de la pasión, el viento que comunica, la tierra nutriente y el agua que sana . Yo soy prosperidad y abundancia. Yo soy la alegría y la risa. Yo soy la que disfruta escuchando y acompañando a la gente, la que mira, abraza y juega con niños y mayores. La mujer que sueña y crea su realidad, la que se adapta al cambio. Yo soy femenino y masculino experimentándose. Yo soy quien se cuida, se respeta y se ama a sí misma sabiendo que es el modo de entregarse incondicionalmente a las personas. Yo soy también la que fui, ella me ha traído hasta aquí.

Yo soy el recorrido cósmico que hice antes de encarnar en la Tierra, mi primer aterrizaje en este planeta hace millones de años, las experiencias de multitud de vidas hasta llegar a ésta en la que me encuentro.

La vida que vivo cada día me invita a asomarme desde un poco más de altura para poder contemplar todo lo que me sucede, pienso y siento desde la perspectiva del conjunto.  Cada vez que llego a este mirador siento que no hay culpables, el drama pierde fuerza, cada uno hizo lo que pudo, cada persona vino para mostrarme algo y para que pudiera comprender el juego de este mundo.

Yo soy el agradecimiento de todo lo vivido.

Si me preguntas si es posible volar, mi respuesta será: sí. Si me preguntas cómo dar el salto te diré: haciéndolo. Puedes pedir ayuda. Lo peor que puede pasarte es que te caigas. Siempre tendrás la potestad de levantarte y tomar nota para que a la segunda o a la tercera te eleves del suelo y tomes perspectiva. Comenzará a brillar con fuerza la Luz que hay en ti, y estarás más cerca de tu Hogar.

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